Los efectos no estimados posCOVID-19

Desde la comunicación del oftalmólogo chino Li Wenliang acerca de la afección de lo que parecía ser una nueva entidad en una paciente aquejada de glaucoma, el planeta ha visto cómo la propagación de la COVID-19 pasó de estar confinada a una ciudad, a generar millones de casos en todo el mundo en pocos meses, con el triste saldo de miles de muertes en todos los continentes.

Epidemias anteriores de otros coronavirus (SARS y MERS) con patrones de letalidad, incluso superiores al que se le invoca al SARS-Cov 2 (responsable de la COVID 19), pero que afortunadamente quedaron confinadas en áreas geográficas menos extensas, ya habían descrito síntomas y signos oculares que formaban parte del cuadro de presentación, e identificaron las mucosas oral, nasal y conjuntival como potenciales vías de entrada; se constató la presencia del virus en las secreciones lagrimales y se reportaron afecciones oftalmológicas como secuelas posenfermedad.

Pareciera que el planeta avisaba de que algo de magnitud insospechada estaría por llegar, y quizás se omitieron esas alarmas, o simplemente no había nada que hacer para evitarlo. Ante este panorama en un mundo que en pleno apogeo de la globalización vio de pronto detenido su entramado de conexiones y donde prácticamente las economías, los servicios, y casi toda la vida social del planeta se detuvo, la oftalmología ha tenido que asumir el reto.

El riesgo del personal ligado a la especialidad se incrementó drásticamente a medida que la COVID 19 se propagaba por todo el mundo de manera casi exponencial, potenciado por la cercanía que suponen el examen y los procedimientos a pacientes aquejados de afecciones oftalmológicas, y se convirtió en un verdadero desafío evitar el contagio y la propagación de la enfermedad.

Desde el principio, múltiples entidades internacionales se dieron a la tarea de emitir pautas de tratamiento y se dictaron medidas en aras de proteger al personal de salud. En el caso nuestro se crearon equipos multidisciplinarios que revisaron los flujos en las instituciones y los protocolos de desinfección; se evaluaron riesgos potenciales en pacientes y en el personal de salud, y se desplegó una búsqueda incesante de evidencia científica, que se puso en función de la protección y de evitar la propagación de la enfermedad.

Nuestro sistema de salud pondera la prevención, y desde el inicio desató un cortejo de medidas destinadas a modular el curso de la epidemia, algo que sin dudas ha devenido exitoso y se refleja en los resultados que hoy ofrecemos al mundo, lo que demuestra que a pesar del descarnado e injusto bloqueo económico y comercial que se nos impone, la aplicación de políticas de salud adecuadas donde el ciudadano ocupe el centro de atención es muy superior a las que aplican otros, aun a pesar de sus potencialidades económicas.

Es imposible estimar el costo económico que dejará la COVID 19, pero de igual manera es imposible adivinar las consecuencias para nuestros pacientes. A pesar de no haber detenido la atención a emergencias y a otras entidades que pueden ser consideradas como urgencias o que pueden causar secuelas irreversibles (tumores, hipertensión y desprendimiento de retina), el incumplimiento de los esquemas de seguimiento de afecciones crónicas, o la no solución de otras como los trasplantes o la catarata, generará sin duda efectos devastadores en un número inestimable de pacientes.

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  • » Publicado : 01/06/2020


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